Capitulo Once. "Los Hijos de la Luna Oculta".
Desde que había tenido el encuentro con el guardián del espejo, Nefer Setkme ya no caminaba sola.
Podía estar en el mercado, entre la multitud, o en los pasillos del templo, en
completo silencio, y aun así sentir las miradas: algunas esquivas, otras
temerosas, pero unas pocas “muy pocas” la reconocían. No con palabras, sino con
el alma. Con un gesto casi imperceptible, una chispa en los ojos. Como si
recordaran también.
Era el lenguaje de los que han vivido
muchas veces.
Los que han regresado cuando todos pensaban que ya no volverían.
Los que llevan el universo tatuado en la sangre.
Una tarde, mientras colocaba ofrendas
en la orilla del Nilo, una figura encapuchada se detuvo a su lado. No dijo su
nombre, solo murmuró al viento:
—Los que sueñan con la luna
negra estamos regresando.
Nefer Setkme no respondió.
No hizo falta.
Solo asintió.
El alma entendía primero lo que la mente tarda en procesar.
Aquella noche, en la terraza más
alta del templo, el cielo estaba sin luna, pero vibraba con un silencio
distinto. Allí, bajo las estrellas, encontró un círculo de jóvenes. Ninguno se
había presentado. Ninguno había sido convocado. Pero todos habían llegado por intuición.
Llevaban colgantes con piedras
distintas: lapislázuli, amatista, obsidiana.
Formaban un mandala viviente.
Un recuerdo colectivo.
Uno de ellos, un muchacho de piel
oscura y ojos grises, le tendió la mano:
—Hermana... tú también viste al
guardián, ¿verdad?
Nefer Setkme se estremeció. No
por miedo, sino por certeza.
La misma certeza que había sentido en el desierto, cuando el universo le
susurró su verdadero nombre.
Cada uno compartió su historia.
Sueños de templos sumergidos.
Ecos de lenguas olvidadas.
Visiones de guerras que aún no sucedían.
Voces de Dioses que ya no eran mitos, sino memorias que empezaban a despertar
por ellos.
Entre los presentes…
Había una
sanadora, no solo en su vida anterior, en esta vida repetía su ciclo como
sanadora, porque en el pasado había ayudado a sanar muchas almas, pero esta vez
era su turno de auto sanarse, darle a su alma el confort que el universo dentro
de ella le ofrece. ella probablemente no lo diga en voz alta, pero en su
corazón sabe que Nefer la miro, que vio su lucha silenciosa, su entrega, su
necesidad de cuidarse a sí misma esta vez. Este ciclo la honra con la verdad
más elevada: la de su
propio camino hacia la sanación interior.
Otra, había sido bailarina, para el
entretenimiento y deleite de Dioses y reyes. pero esta vez, aun sentía ese
placer en su ser al danzar al ritmo de melodías cósmicas que emiten las
estrellas al brillar.
Había un hombre, el había sido escriba, encargado de llevar el orden y resguardo de las riquezas del faraón, su porte
era firme y su silencio profundo. Pero Nefer percibió en él algo más que
sabiduría antigua: una vibración que retumbó en su corazón, como el eco de un
vínculo eterno…
Una conexión sagrada…
Como cuando la Luna, desafía el ciclo y se atreve a salir en pleno día,
solo para mirar al Sol.
porque sabe que, él es y siempre ha sido
su más grande amor…
Todos,
almas viejas reunidas de nuevo.
Todos, Hijos de la Luna Oculta.
Una muchacha
de cabellos largos y mirada intensa reveló que portaba la marca de la Diosa Bastet
en la espalda. Había dos jóvenes que eran hermanos, eran el reflejo el uno del
otro, como el cielo viendo su reflejo en el océano, ambos unidos no solo por el
nacimiento sino también por la música. Nefer compartió también que tenía un
mapa astral tatuado como lunar sobre el pecho. Ninguno era una casualidad.
Todos eran parte de algo más grande.
Una antigua profecía, resguardada
en papiros sellados, hablaba de un tiempo en que las almas sabias del pasado
regresarían para evitar el olvido total. No para gobernar, sino para recordar.
No para ser venerados, sino para guiar.
Nefer Setkme fue elegida como oráculo.
No por jerarquía, sino porque su alma era el faro.
Ella portaba el fuego que había
encendido junto a Nefertiti,
y ese fuego debía continuar su danza en este nuevo ciclo.
El espejo de Amarna no solo la
había mostrado a sí misma.
La había mostrado a ellos.
Y a través de ellos… al mundo.
Esa noche, el escarabajo dorado
brilló con un nuevo símbolo:
un círculo oscuro atravesado por una estrella.
La marca de los Hijos de la Luna Oculta.
Desde entonces, su misión fue clara:
Despertar a los dormidos.
Recordar a los olvidados.
Y proteger lo sagrado,
en un mundo que se alejaba cada vez más de lo divino.
Porque sabía que no estaba sola…
Y ahora lo
sabe también tu alma, aunque aún no lo digas en voz alta.
Te has preguntado si tal vez, ¿también tú has sentido la mirada de alguien que
te reconoce sin conocerte? O te dice “siento que te conozco, pero no recuerdo
de dónde”.
Tal vez esa extraña sensación de soledad que llevas no es aislamiento…
sino una antigua preparación.
Tal vez,
solo tal vez…
eso que llamas intuición
es tu alma diciendo:
"He vuelto."
Ya has
sentido el pulso de lo que duerme en tu sangre, porque has reconocido en otros
la chispa que no sabías cómo nombrar…
entonces
dime…
¿Quién
serías si confiaras por completo en lo que tu alma ya sabe?
¿Y
si esa incomodidad que a veces sientes en el mundo o con la sociedad… es tu
alma expandiéndose más allá del tiempo en el que habitas?
Es
por eso que debemos reconocer y aceptar que la sensibilidad no siempre es
debilidad… sino evidencia de un linaje que despierta, una memoria antigua que aún no ha
encontrado su lugar.
Williams Ravello...

.jpg)
