Capitulo Seis. "La Danza de las Dos Lunas".



 Fue la noche más extraña del calendario lunar. Una luna llena en la cima del cielo, y otra, idéntica, perfecta, reflejada en el rio Nilo como si el tiempo hubiera olvidado cuál era el cielo y cuál el espejo. Las sacerdotisas del templo murmuraban que esa coincidencia abría portales, que esa noche el velo que separa lo terrenal de lo espiritual se hacía delgado, que dos mundos podían tocarse sin romperse.

Nefer Setkme fue convocada en secreto al palacio. El aire olía a incienso y el agua a perfumes que embriagan el alma. Al llegar, encontró el Jardín de Amarna transformado en algo que no era usual: no había soldados, ni cortesanos, ni jerarquías. Solo antorchas con fuego azul, alfombras con figuras de constelaciones antiguas, y en el centro, de pie como un astro que recuerda quién es, Nefertiti.

Vestía una túnica negra con bordes dorados, y un tocado en forma de luna creciente que jamás había usado en público. En sus ojos no había realeza, había memoria.

—Esta noche no somos reina y sacerdotisa —dijo—. Esta noche somos eco y origen.

El ritual de las dos lunas comenzaba. No estaba escrito. Nadie lo enseñaba. Solo se transmitía en sueños, entre almas que ya se conocían y era innato en ellas, Una danza circular. Una melodía sin instrumentos. Lengua pre-dinástica, anterior incluso a los Dioses.

Giraban. Invocaban. Respiraban como una. Y mientras sus cuerpos se movían, los recuerdos descendían como lluvia dorada.

Nefer Setkme vio una vida donde ambas eran hermanas, corriendo entre columnas de piedra. Otra donde Nefertiti era su madre, llorando sobre una cuna vacía. Otra más, donde eran guardianas de un templo sin nombre, custodiando un fuego que jamás debía extinguirse.
Eran ellas. Siempre ellas. Fragmentos de lo mismo.

El escarabajo dorado, oculto bajo sus ropajes, comenzó a vibrar. Nefertiti, sin preguntar, colocó su mano sobre el pecho de Nefer. Un pulso atravesó ambas. Y entonces, vino la visión más lejana de todas: una ciudad imposible de imaginar para su época, con luces que no eran fuego, voces en lenguas jamás oídas, y templos ocultos en cuerpos humanos.
Una vida futura. Una vida donde aún seguirían buscándose.

Y justo antes de que la visión se disolviera, una frase brotó desde el centro de ambas almas:

“Nos reconoceremos por la luna en los ojos.”

No hubo despedida esa noche. Solo un abrazo. Largo, silencioso, eterno. Porque cuando dos lunas se encuentran, nada vuelve a ser igual.


La memoria cambia de piel…
El alma despierta…

Y en ti que sigues de cerca esta danza, también debería surgir una pregunta antigua:
¿Y si ya la vi? ¿Y si también he danzado con mi reflejo?
¿Y si ese amor inexplicable… es solo el eco de algo que ocurrió bajo otra luna?


                                       Williams Ravello...

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