Capitulo Cuatro. "El Jardín de Amarna".
El día en que sus ojos la reconocieron en esta vida, el sol caía oblicuo sobre los jardines sagrados de Amarna. La luz no era simple reflejo: era memoria.
Las flores y el papiro se mecían con la cadencia de un canto olvidado, y el aire olía a loto fresco, a incienso recién encendido, a algo que no pertenecía del todo a este mundo.
Nefer
Setkme había sido enviada desde Tebas con un pequeño séquito de sacerdotisas
para entregar un pergamino a la reina. Un deber, nada más.
Pero los designios del alma rara vez coinciden con los del calendario.
No esperaba
verla.
Y sin embargo… allí estaba.
Vestida de
blanco, como si la luz hubiera elegido su forma. El collar turquesa brillaba
como un sol interior latiendo sobre su pecho, y la corona azul de la realeza, parecía flotar sobre su cabeza como un río detenido en el tiempo.
Nefertiti no caminaba. Deslizaba el alma sobre la tierra.
Cuando sus
miradas se cruzaron, no hubo palabras, ni necesidad de ellas.
El instante se alargó, como si los Dioses hubieran retenido el aliento.
Y entonces, la voz en sus sueños emergió desde el recuerdo más antiguo de Nefer:
"Nos volveremos a encontrar."
Todo se
encendió.
Y todo se quebró.
Nefertiti
también la observó largamente, con ese gesto que solo tienen los que reconocen
una canción de infancia sin recordar de dónde.
“Tu nombre…” dijo “no lo he oído antes, pero siento que lo conozco.”
Nefer
Setkme sintió cómo una fisura antigua se abría dentro de ella, no para
destruirla, sino para revelarla. Era un dolor dulce.
La nostalgia de algo que no era de esta vida.
Una memoria sin forma, pero plena de amor.
Durante
semanas, fue convocada al palacio con excusas, rituales,
Lecturas del firmamento.
Interpretaciones de los sueños.
Limpiezas energéticas en los jardines sagrados.
Pero ninguna de las dos se engañaba.
Lo que buscaban… era lo que ya eran... dos almas reencarnadas reconociéndose entre si.
Algunas
tardes caminaban entre las flores sin decir palabra.
Otras veces hablaban de los Dioses, del alma, del tiempo como ilusión.
Nefertiti compartía secretos que no deben ser pronunciados por coronas.
Nefer Setkme respondía con versos que no eran suyos, sino del alma que la
habitaba desde vidas anteriores.
No eran
amantes.
No eran sacerdotisas y reina.
Eran algo más.
Algo que escapa a los nombres.
Dos mitades
que se reflejan.
Dos polos de una conciencia antigua que, vida tras vida, se buscan para
recordarse.
La una en la otra.
La otra en la una.
Bajo la
luna creciente de Amarna, entre aromas de inciensos y salmos silenciosos,
juraron sin palabras:
Recordar.
Más allá de los siglos.
Más allá del polvo y del cuerpo.
Más allá de la muerte.
Compartían
no solo el lazo del alma, sino el peso.
El peso de la reencarnación.
De saberse conscientes en un mundo dormido.
De saber que el amor verdadero no siempre es posesión, sino propósito.
Y aunque el
destino las arrastrara por caminos separados, ya nada podría desunirlas.
Porque ya se habían mirado.
Ya se habían recordado.
Y en el lenguaje secreto de las almas antiguas, eso es Eterno.
Williams Ravello...

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